Ramiro era conocido como pollito por sus compañeros de apartamento, de oficina y por todo aquel que lo conocía desde el colegio. Aunque al comienzo le parecía tierno, ya pasados los 28 años le molestaba que dijeran «pollito» en frente de los clientes de la empresa. Sin embargo, un buen día apareció Alejandra vestida de ejecutiva y presentando un portafolio. Apenas escuchó el sobrenombre sonrió timidamente. Ramiro sonrojado intentó rectificar con su nombre, pero en medio de su timidez volvió decir -pollito-. Ambos se echaron a reír y Ramiro puso sobre el hombro de Alejandra su mano. Sin darse cuenta, sin notarlo tomó luego a Alejandra de la mano y la llevo a la cafetería. Alejandra tampocó lo notó y como si las casualidades se juntaran sonreía de nuevo.
Ambos pidieron una tarta de manzana en el mismo momento que la mesera vino a hacerles el pedido. Sonrieron nuevamente y esta vez no hubo palabras, un largo silencio de miradas era abruptamente interrumpido por carcajadas. Los suspiros iban y venían. Ramiro de un tajo cortó un clavel que crecía en la mitad del jardin de la cafetería. Tomó la flor y delicadamente la introdujo en la cartera de Alejandra. Sin palabras se despidieron, no hubo intercambio de teléfonos o de mails…
ella le había dado un par de sonrisas y él la había visto sonreír.
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