Doblando
doblando, plegando, creando líneas invisibles, volver a plegar, desdoblar, vez tras vez…
es el origami del corazón.
Tacto
un dedo que toca otro dedo, una palma que toca otra, una mano que toca el piano de tus sonrisas, un brazo que toca tu mirada, un labio que toca tu corazón, una mirada que se pierde en otra…
dream a little dream… http://youtu.be/CzGVYyu9gsE
Historia de un helado y su olvido
es cierto que el helado parecía salido de una película en blanco y negro
es cierto que el helado tenía su lado oscuro
es cierto que el sabor se le escondía
es cierto que decía que contenía fibra, pero eso decía y contaban las malas lenguas
es cierto que aunque decía vainilla ésta salió corriendo
es cierto que la cucharita se tiró al suelo porque intentó suicidarse al probarlo
es cierto que debería olvidarlo
solo que…
eso que pasó sucedió cuando vos sonrerías y así no se puede olvidar.
Carta
Yo me imagino que si le escribo una carta, usted la va a tomar entre sus manos y la dejará reposar un tiempo en la mesa de noche. Que de pronto un día cualquiera mientras este ordenando va a encontrarla de nuevo; se sentará al borde de la cama y la abrirá.
Supongo que hará una sonrisa y cuando rasgue el sobre se tomará un suspiro. Me imagino leyéndola despacio, a su tiempo, a su propio ritmo. En el primer párrafo se me ocurre que leería lo siguiente:
«Hola, sabías que una persona promedio gasta alrededor de catorce días de su vida solamente besos; bueno yo tampoco lo sabía pero tenía que empezar esta carta con algo.»
Supongo que soltarías una carcajada y dado que catorce días de corrido si bien se me hace mucho para este momento en la vida creo que aun me falta. Me gustaría que leyera esa carta mientras escucha Check to Check de Louis Armstrong y que después del primer párrafo fuera a la cocina danzando a prepararse algo.
Entonces volvería sobre el borde de su cama y comenzaría el segundo párrafo:
«No puedo determinar la primera vez que la vi, mi memoria parece manejarse sola y a veces decide que está bien recordar que el azúcar de la cafetería ubicada en la 13 con 49 siempre viene en cubos. Sin embargo, por cosas que aún no entiendo se niega a recordar cuando conozco a alguien, es más me parece que tiende a confundirme y puedo quedar muy mal diciendo: claro que te conozco de la fiesta de Felipe y muy posiblemente nunca fui a la fiesta y no sé quién es Felipe. Así que la primera vez que la vi me haya devuelto a la casa y haya puesto su nombre al lado del refrigerador, al lado de su nombre hay una carita feliz y siempre me recuerda sus sonrisas.»
Para cuando ha leído este segundo párrafo por esas cosas de la vida, ya suena Dream a Little Dream, se pregunta sí de verdad tengo un papelito con su nombre en refrigerador, sí en realidad tengo tan mala memoria o solo es una mentira pequeña, frente a lo cual le diría que tal vez no tenga el papelito sobre la nevera, pero si uno en la billetera. Que mi memoria tiende a confundirme. Entonces supondría que soy un bicho raro y seguiría leyendo.
«Porque encontrarme con usted me parece algo bonito, y esa palabra bonito no tiendo a usarla mucho o al menos no con la frecuencia que quisiera. Debo decirle que eso hace que los días sean mas sonrientes, bonito, así de simple.»
Para cuando haya llegado a esta parte de la carta usted sonreirá, pero al mismo tiempo su mente comenzará a divagar, a preguntar, ¿por qué, cómo, desde cuándo, qué? y ante tales preguntas sinceramente no sabría qué decir. Que así son los días, que no tengo explicaciones, y que para sonreír no desearía buscarlas. Entonces ante tal panorama de lo que puede suceder es posible que usted detenga su lectura, que tome la carta y la vuelva a dejar en la mesita de noche. Entonces tal vez sea yo el que me pregunte si deba escribirle tal carta o tal vez hacer una avioncito de papel o de pronto un barquito de papel. Tal vez me decida a hacerle una grulla de papel con la carta o una jirafa y un buen día que le vea se la daré.
Para una chica encantadora. J.F.
sonrisas en el piso 48
El ascensor sube rapidamente hasta el piso 48, los pisos estan repletos de oficinas y de ventanales que rara vez se miran. Me la encuentro en el piso 48, cerca del filo del edificio donde acostumbra a ver atardeceres, con sus piecesitos sobre el borde y recostada en la azotea cuenta las primeras estrellitas que aparecen, les pone nombres -esta se llama cecilia, esta otra es dulce como el melocotón, esa que parpadea se llama mafalda, el que se intenta ocultar detras del edificio es charlie, y eso otro alelí- Me mira de vez en cuando porque no quiere perderse ese momento que sucede entre el día y la noche. Ese momento en que el sol se despide con tonos de rojo, naranja y de cuenta estrellas.
llega la noche y usted sonríe.
Tarta de manzana
Ramiro era conocido como pollito por sus compañeros de apartamento, de oficina y por todo aquel que lo conocía desde el colegio. Aunque al comienzo le parecía tierno, ya pasados los 28 años le molestaba que dijeran «pollito» en frente de los clientes de la empresa. Sin embargo, un buen día apareció Alejandra vestida de ejecutiva y presentando un portafolio. Apenas escuchó el sobrenombre sonrió timidamente. Ramiro sonrojado intentó rectificar con su nombre, pero en medio de su timidez volvió decir -pollito-. Ambos se echaron a reír y Ramiro puso sobre el hombro de Alejandra su mano. Sin darse cuenta, sin notarlo tomó luego a Alejandra de la mano y la llevo a la cafetería. Alejandra tampocó lo notó y como si las casualidades se juntaran sonreía de nuevo.
Ambos pidieron una tarta de manzana en el mismo momento que la mesera vino a hacerles el pedido. Sonrieron nuevamente y esta vez no hubo palabras, un largo silencio de miradas era abruptamente interrumpido por carcajadas. Los suspiros iban y venían. Ramiro de un tajo cortó un clavel que crecía en la mitad del jardin de la cafetería. Tomó la flor y delicadamente la introdujo en la cartera de Alejandra. Sin palabras se despidieron, no hubo intercambio de teléfonos o de mails…
ella le había dado un par de sonrisas y él la había visto sonreír.
de Amapola y Chocolate
una semilla de amapola
dos semillas de amapola
tres semillas de amapola… al borde… muy cerca del borde, casi a punto de caerse del plato…
y mientras tanto un tarta de chocolate que da vueltas, una tarta que se pasea sobre la mesa, que deambula entre los tenedores, cucharitas y platos blancos. Mientas vos te quedas mirando los retratos de la pared, la tarta te mira, siente un poco de envidia por la semillitas de amapola que aun cuelgan de tus labios. Impávida te mira y se acerca lo mas posible a tu cucharita plateada. Suspira, palpita, se desparrama sobre el plato… hay silencio y todo alegría cuando vos tomas la cucharita, la hundes, partes y te la llevas.
Almuerzos de colores
Llega el mediodía con el ruido de vendedoras de baja estatura y cachetes colorados. En la esquina se ven colores abultados, amontonados, dispuestos por tamaños y formas, los caminos son estrechos y la ropa se impregna con olor a bosque, tierra y agua. Entonces me llega un recuerdo suyo tan similar a una sonrisa que me hace comprar duraznos y chocolate…
2772 metros
cerca de 48 pisos y 40 escalones adicionales, 20 segundos de ascensor, viajeros esporádicos con cámaras de fotografía de alta definición.
Mitad noche, mitad atardecer. Vos caminando sobre un terraza alta, vos y las estrellas más cerca… tiritas de frío… y en la mitad de un edificio alto.
Una sonrisa,
dos sonrisas,
tres sonrisas…